Psicóloga y Educadora Social
¿Qué es la identidad?
La identidad es la parte de nosotros mismos que permite a las personas de nuestro entorno conocer quiénes somos, qué pueden esperar y formarse una impresión de nosotros. A lo largo del proceso de maduración el ser humano va elaborando una imagen de sí mismo diferente de otras personas.
La identidad consiste según señala Bermúdez (2003) en
La percepción y vivencia que cada uno tiene de sí mismo, como poseedor de unas determinadas competencias y habilidades con unas necesidades e intereses y valores concretos, con unos proyectos e ilusiones que desearía lograr y satisfacer (...) supone la percepción de sí mismo como totalidad integrada, reconocible pese a los cambios que se puedan producir en el comportamiento a lo largo del tiempo y al pasar las diversas situaciones que nos depara la vida diaria...en la medida que el individuo se reconoce, posee una imagen segura y fiable de sí mismo, puede anticipar su propio comportamiento en ocasiones futuras, así como las posibles respuestas que va a recibir de los demás (pág. 255)
Aunque a lo largo de la vida se van produciendo cambios en nuestro modo de actuar, la identidad se caracteriza por la continuidad. La mayoría de los aspectos que nos dan identidad social como el género, el lenguaje, la etnicidad, el estatus socioeconómico..., permanecen relativamente estables, y otros aspectos que son susceptibles de cambiar (nivel de educación, trabajo...) lo hacen gradualmente, manteniendo el sentido de continuidad. Pero a la misma vez, la identidad es contraste, en el sentido que nos permite ser únicos y diferentes a los demás.
El desarrollo de la identidad es un proceso que en muchas ocasiones genera malestar e inseguridad, especialmente en determinadas etapas de la vida como la adolescencia, en la que los individuos experimentan con varias identidades.
El término identidad fue acuñado por Erikson en la década de los 60. Según Erikson la búsqueda de la identidad se inicia cuando el individuo decide tomar sus propias decisiones separándolas de las decisiones de sus padres. En otras ocasiones, la búsqueda de la identidad se hace directamente, el individuo asume la identidad de los padres o personas que son significativas para él mediante la incorporación de los valores, metas y planes de las personas cuya identidad quiere adoptar. En estos casos, las personas no sufren los temores o dudas que se producen cuando la identidad se adquiere enfrentándose a valores, planes u objetivos que proponen sus padres o personas significativas para ellas.
Trastornos de identidad
Crisis de identidad
Disociación del Autoconcepto
Trastornos de identidad
Crisis de identidad
Disociación del Autoconcepto
Crisis de identidad
La identidad se caracteriza por la continuidad, sin embargo, a veces ocurren cambios que inciden significativamente en algún aspecto relevante de la situación social y/o familiar (por ejemplo, una que ocupa un cargo directivo importante y deja de ostentarlo por alguna circunstancia). Cuando esto sucede, la persona puede llegar a experimentar una “crisis de identidad”, un término que propuso Erikson (1968) para definir el proceso de reestructuración que supone la integración de los diferentes aspectos que conforman el uno mismo. Mediante este proceso, que suele generar incertidumbre y ansiedad, la persona logra tener una experiencia unificada y precisa acerca de quién se es y qué se desea.
Tipos de crisis de identidad (Baumesiter, 1997)
1) Déficit de identidad
Generalmente, los déficits de identidad se originan cuando la persona rechaza valores y metas que conforman su identidad para adquirir otros nuevos. Este proceso de rechazo de las antiguas creencias y la búsqueda de nuevos sistemas de valores e ideas produce vacío e inseguridad en la persona, a la vez que genera estados emocionales contradictorios, de modo que en algunos momentos se siente confusa y deprimida y, en otros, eufórica y muy contenta. En cualquier caso, los individuos que experimentan este tipo de trastorno carecen de una opción propia, motivo por el que son muy vulnerables a las influencias que sobre ellos ejerce la opción de los demás.
2) El conflicto de identidad.
Ocurre como consecuencia del antagonismo entre diferentes aspectos que definen la identidad del individuo en momentos en los que se ve obligado a tomar decisiones con importantes repercusiones para su vida. Por ejemplo, aceptar una promoción en el trabajo que implica alejarse de la familia, cuando lo realmente importante para él es mantener la vida familiar.
En estas situaciones en las que las personas se ven obligadas a optar entre dos metas incompatibles que implican dos posibles identidades, es cuando emergen generalmente los conflictos de identidades; conflictos que suelen generar ansiedad e intensos sentimientos de culpa y remordimiento por la sensación que tienen los individuos de que abandonan importantes aspectos de su yo y dejan de ser ellos mismos para convertirse en otros.
Etapas más proclives a la aparición de crisis de identidad (Baumeister, 1997):
Las etapas del ciclo vital caracterizadas por nuevos planteamientos sobre sí mismo y la realidad social y profesional.
Según Baumeister, tanto la deficiencia como la crisis de identidad suelen resolverse mediante un proceso que implica, por un lado, decidir cuáles son los valores y las metas más importantes para la persona y, por otro lado, asimilar y poner en práctica dichos valores, trabajando para alcanzar las metas que desea con el fin de lograr una identidad segura.
Disociación del Autoconcepto
La disociación es un mecanismo que permite la separación de procesos y contenidos psicológicos que en condiciones normales es de gran utilidad en la medida que nos permite realizar actividades complejas que implican más de una tarea, manteniendo fuera de la conciencia aquellas que son rutinarias.
En el ámbito clínico, los trastornos disociativos de la personalidad (TDP) se originan debido a “un fallo de la integración de varios aspectos de identidad, memoria y conciencia” (Maldonado y Spiegel, 2007).
Los TDP hacen referencia a la fragmentación de la experiencia de sí mismo sin que el individuo sea consciente de dicha fragmentación. Estos trastornos pueden ser considerados como desórdenes relacionados con la experiencia de la propia identidad y suelen estar estrechamente vinculados con experiencias traumáticas graves y repetidas (malos tratos y abuso sexual) que se inician generalmente en la infancia (Irwin, 1999). En este sentido, la disociación ocurre como una defensa que se activa involuntariamente con el fin de mantener el control mental en aquellas situaciones en las que se ha perdido el control físico.
La intensidad y gama de la experiencia disociativa suele variar según el trastorno que experimente la persona. La disociación se sitúa dentro de un continuo de severidad que oscila desde la experiencia más leve (quedarse absorto leyendo un libro y no darse cuenta de lo que sucede alrededor) hasta la forma más grave, el denominado trastorno de personalidad múltiple, caracterizado por un funcionamiento anómalo de las funciones de conciencia, memoria e identidad, habitualmente integradas. Así mismo, los TDP producen en las personas estados subjetivos, en forma de pensamientos, sentimientos y acciones, que no provienen de ninguna parte, conductas que parecen estar controladas por una fuerza externa y emociones que no tienen sentido en ese momento (sensación de desapego corporal de sí mismo e irrealidad, adormecimiento de las emociones, agudización de los sentidos, cambios de percepción del entorno, ralentización del tiempo, aceleración de los pensamientos y experiencias, movimientos robóticos o automáticos, resurgimiento repentino de recuerdos olvidados...) (Steinberg y Schnall, 2002).
Existe un amplio consenso respecto a que los síntomas disociativos son más prevalentes en pacientes con trastornos del Eje II, como es el caso, por ejemplo, del Trastorno límite de personalidad (TLP). Así mismo, los datos sobre comorbilidad indican que los principales diagnósticos asociados con los trastornos disociativos son los trastornos depresivos, las toxicomanías y el TLP.
Con respecto al tratamiento de los trastornos disociativos, el problema estriba en la dificultad de integración mental que presentan estos pacientes. Maldonado y Spielger (2007) sugieren:
Disociaciones patológicas
Se han identificado diferentes formas en las que la disociación de procesos psicológicos modifica el modo en que una persona experimenta su vida, entre las que cabe destacar la siguientes:
Amnesia disociativa
Trastorno de identidad disociativo
La despersonalización
Fuga disociativa
Amnesia disociativa
La amnesia disociativa se define como la incapacidad de la persona para recordar información personal relevante, generalmente vinculada a las experiencias autobiográficas (quién es, qué ha hecho, adónde ha ido, con quién ha hablado, qué dijo, pensó y sintió...), que en ningún caso puede ser explicativo en base a los procesos ordinarios de olvido.
La amnesia puede ser:
a) Global, cuando se olvida gran parte de información personal
b) Localizada, cuando se limita a un período concreto de tiempo
c) Selectiva, cuando sólo se recuerdan ciertos detalles de una situación y no se recuerdan otros.
Este tipo de alteración suele aparecer asociado con otros trastornos psicológicos (p.ej., la ansiedad) u otros trastornos disociativos, y se considera que ocurre como respuesta a acontecimientos altamente estresantes y/o traumáticos (como abusos físicos, experiencias sexuales y situaciones emocionalmente intensas en las cuales se producen amenazas, lesiones o muerte).
Trastorno de identidad disociativo
El Trastorno de identidad disociativo, antes llamado Trastorno de personalidad múltiple, es una manifestación extraordinariamente severa y crónica de la disociación. Las personas que sufren este tipo de trastorno experimentan la presencia de dos o más identidades, con modos de pensar, actuar y sentir diferenciadas, que controlan su comportamiento.
Dado que este tipo de trastorno implica amnesia, las diversas identidades dan lugar a un complejo y caótico mundo interior, en cuanto ninguna de ellas sabe lo que hacen las otras y cada una recuerda aspectos diferentes de la información autobiográfica.
Se trata de un trastorno bastante frecuente en personas hospitalizadas por otros problemas psiquiátricos y suele tener su origen en experiencias traumáticas que normalmente ocurren en la infancia (p. ej., la incidencia de abuso sexual en personas que sufren este tipo de trastorno es el 85-90% aproximadamente).
La despersonalización
Este trastorno disociativo se caracteriza por una sensación persistente o recurrente de estar separado de los propios procesos mentales o del propio cuerpo, de modo que la persona se siente como si fuera un observador de su propia vida.
La despersonalización debe ocurrir independientemente del trastorno de identidad disociativo, trastornos por abuso de sustancias y esquizofrenia (Steinberg, Bancroft y Buchanan, 1993).
Algunas personas que experimentan este trastorno informan de una profunda alineación de su cuerpo, una sensación de no reconocerse a sí mismo en el espejo, no reconocer su rostro, o simplemente no sentirse “conectado” a su cuerpo de un modo que resulta difícil de expresar (Guralnik, Schmeidler y Simeon, 2000).
Es frecuente que las personas que sufren este tipo de trastorno muestren dificultad para describir sus síntomas que suelen ser temporales, aunque a veces puede durar o reaparecer durante muchos años.
Fuga disociativa
Se puede considerar como una variante de la amnesia generalizada y consiste en que la personas abandona su lugar de trabajo, su ciudad o su casa y se marcha a otro lugar, sin ser capaz de recordar una parte o la totalidad de su vida pasada y sin saber quién es (confusión de identidad).
La duración de la fuga es variable, oscilando desde horas a semanas o meses y, a veces, incluso más tiempo.
Disociaciones adaptativas
Una característica común a los TDP es que las personas que sufren este tipo de trastorno experimentan alteraciones más o menos graves del estado de conciencia, la memoria y los procesos perceptivos. Sin embargo, no todas las disociaciones de personalidad tienen un carácter negativo y desadaptativo.
Existen cambios en el estado de conciencia que no están inducidos orgánicamente, ni ocurren como parte de un trastorno psiquiátrico, ni implican la alteración o separación temporal de lo que experimenta normalmente como procesos mentales integrados. En ocasiones se producen disociaciones de personalidad en las que la persona es consciente de la disparidad de su forma de actuar. A veces ocurre que la persona muestra pública y socialmente una conducta, por ejemplo, trabaja en una organización de derechos humanos, y a nivel privado se comporta de manera totalmente antagónica, en la medida que es una persona que tiende a maltratar a la familia.
Otra forma de disociación no patológica es la que se produce en aquellas situaciones en las que el individuo se recluye en un mundo imaginario, totalmente ajeno y opuesto al mundo real en el que se desenvuelve diariamente, buscando vivir a través de la imaginación todo aquello que no es capaz de realizar en la vida cotidiana.
Finalmente, hay ocasiones (p.ej., “tomar” las vacaciones) en las que se produce una disociación que tiene un carácter saludable en cuanto que permite a la persona cambiar algunas pautas de referencia de su yo durante un tiempo.
Referencia bibliográfica
Bermúdez, J., Pérez, A. M., Ruiz, J. A., Sanjuán, P., & Rueda, B. (2011). Psicología de la personalidad. Madrid: UNED.
ATENCIÓN PSICOLÓGICA A NIÑOS, ADOLESCENTES, ADULTOS Y MAYORES
Atención psicológica en problemas de:
Atención psicológica en:
Atención psicológica en otros trastornos:
Precio 60 euros
Duración 1 hora
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Centro de Psicología María Jesús Suárez Duque
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